miércoles, 21 de febrero de 2007

Última visita a la quinta familiar

El portón es verde,
acaricio sus bordes para afilar mi espada.

El sol,
alarga su sombra precediendo a la noche,
las suaves redondeces de la columna sostienen a las palomas bajo los capiteles,
ando las galerías sobre los extraviados cadáveres de mis antepasados
en sigilosos pasos que atienden mi precaria salud.

Hay un ritmo de lenta procesión en la púrpura granja
y el molino que clama con su silbido vano.

Bajo la acacia,
en el ángulo sur del alambrado nuevo,
duermen los perros como abotagados.

El viento es suave y los aleros tiemblan
al cruce de sus lenguas.

Rueda por el camino un carro levantando la tierra,
los rayos de la rueda geométrica, algebraica,
forman largos colmillos como de morsas o elefantes marinos.

Nada en el horizonte salvo el sauce y el pino
y todo es solitario, meandroso, perceptible,
como ese laberinto que va arrastrando el río...