martes, 27 de febrero de 2007

Villa Crespo

Te descubrí algún día cuyo recuerdo es vago,
en ese conventillo de escritorios y sillas
donde más que advertirnos, sólo nos ignoramos.

Fue un probable saludo con mi eterna nostalgia
y el aire de ese barrio, judío, insomne, mágico.

Me imagino ligero, me supongo extraviado,
pensando otras historias, dibujando otros barcos.

Probablemente fuera formal tu bienvenida,
yo te habré dado un beso, prudente, entre los bancos.

No recuerdo ese día,
no puedo recordarlo
y tengo tanto miedo, hoy, que llegué temprano.
Los artesanos de la calle Florida

Me estrello,
impacto en la pared de un transeúnte levemente angustiado,
en sentido contrario, para bien o para mal de la sociedad globalizada.

El olor a pachouli, se mezcla con el cannabis de los chupadores,
cantan canciones de protesta los juglares desocupados en las ciegas veredas,
los artesanos se acompañan con un mate de yerba secada al sol,
Discépolo no se imaginaba que la cosa podía estar peor.

Camino hasta El Retiro
una infinita cola de mendigos en ingrata procesión me acompaña,
marcho por detrás de la columna de indigentes,
recojo lo que resta,
nada va quedando para los pobres más pobres que llegan último al reparto.

Yo me cansaría de recoger basura
y me encadenaría a alguna columna de la Catedral.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Última visita a la quinta familiar

El portón es verde,
acaricio sus bordes para afilar mi espada.

El sol,
alarga su sombra precediendo a la noche,
las suaves redondeces de la columna sostienen a las palomas bajo los capiteles,
ando las galerías sobre los extraviados cadáveres de mis antepasados
en sigilosos pasos que atienden mi precaria salud.

Hay un ritmo de lenta procesión en la púrpura granja
y el molino que clama con su silbido vano.

Bajo la acacia,
en el ángulo sur del alambrado nuevo,
duermen los perros como abotagados.

El viento es suave y los aleros tiemblan
al cruce de sus lenguas.

Rueda por el camino un carro levantando la tierra,
los rayos de la rueda geométrica, algebraica,
forman largos colmillos como de morsas o elefantes marinos.

Nada en el horizonte salvo el sauce y el pino
y todo es solitario, meandroso, perceptible,
como ese laberinto que va arrastrando el río...

miércoles, 14 de febrero de 2007

Una para mi pipa Luigi
(pequeño homenaje a Luis Arbotto)

No es la primera vez que se cubren de rojas
las muertes que me rozan las palmas de las manos,
y quiebran mis costillas y destiñe las hojas
que escribo en esta tinta feroz de los humanos.

Cuál es la diferencia que busco en el consuelo
de morirnos de a uno poblando cementerios
a morir todos juntos en hermandad de duelo
como me muero ahora, herido de misterios.

La muerte puede a veces querer enfurecernos
intenta despoblarnos vaciando los espejos
en ese caso es bueno suponernos eternos
y empujar pa delante como caballos viejos.

lunes, 5 de febrero de 2007

La soledad y la distancia hacia las cosas

Puedo extender mis brazos
y acariciar el vértice de mi mesa de luz,
el borde biselado del espejo,
las redondas almohadas,
las lámparas azules de la cómoda,
incluso el techo abovedado de mi cuarto.

Puedo llegar casi sin esfuerzo
al tocador de madera brillante,
a los perfumes
alineados sobre el pequeño baúl de trastos viejos.

La soledad es alcanzarlo todo:
el perchero,
las sillas,
el pequeño escritorio,
las alfombras,
aún el ala derecha de mi cama vacía.

Es extenderme a todos los rincones,
a todos los recodos
sin encontrar tu cuerpo
ocupando su parte.

domingo, 4 de febrero de 2007

Acepciones

Ayer, algunos medios captaron las imágenes
de un portugués hirsuto con acento importado:
- La palabra es el mundo que inadvertidamente
valúa, califica, modifica al vocablo -.

Y andan ciertos sonidos extraños estas horas,
como de carreteras con miedo o chimeneas
que así, de tanto en tanto, evocan fumarolas;
ecos de aquella gloria factorial, crecedera.

Frente a las autovías la masa es un enjambre,
en tales circunstancias los pobres no son pobres,
ni números, ni códigos y mucho menos nombres:
una mancha en la tierra, sin luces ni extensiones.

El último soldado de Roca en el desierto
avizoraba al menos un pequeño futuro:
no dormirse en la guardia, aguantándose el sueño,
faenar algunas yeguas, comerse algún matungo.

Sobre las avenidas se endurecen los campos.
Ser alguien o ser algo o al menos ser un signo.
Y el piquete enmudece sus rumores y espantos
porque el sueño es osado, se sabe, y explosivo.