martes, 30 de octubre de 2007

El Iviato
(Región del pueblo Sirionó, El Beni, Bolivia )

Planto un árbol,
desmonto quinientos,
cazo y obtengo la piel de doscientos caimanes,
exporto cincuenta.

Cazo un anta,
mi yegua reproductora produce poco,
quince compañeros salen a desmontar
y sin embargo, orino lejos de la posa:
la necesidad, el comercio y la ecología nunca se llevan bien.

Alguien regala un panel de electricidad,
no hay luz,
construyo panales,
obtengo miel.

Levanto una cabaña de barro y paja,
hago un puente para equilibristas,
salgo a cazar de nuevo,
compro un quintal de harina,
vendo una pipa,
alquilo dos caballos,
me visto con ropas civiles,
mis camperas son del ejército boliviano,
al ejército lo arma el imperio,
mi choza tiene piso de tierra apisonada.

Obtengo una beca para viajar a San Francisco,
tengo un mecánico,
y un apicultor,
vuelvo a mi carretera polvorienta.

“El Sur” viene cada tanto,
nadie me espera en la estación del ferrocarril,
no hay ferrocarril,
no hay rutas,
no hay comunicación,
la basura se acumula en bolsas de polietileno,
el gallo grita durante todo el día,
no hay amanecer.

El aire es puro,
aquí los ojos no se irritan,
y el asma parece haber desaparecido.

Cada tanto un móvil va para Trini,
el viejo tiene sesenta y ocho años,
la vieja es flaca como una tacuara,
cree en Jesús,
el evangélico,
que la aleja de todos los males de la tierra.

martes, 23 de octubre de 2007

¿Qué saben los franceses?

Soy turista en París, ciudad ajena,
me deslizo entre tejas de pizarra
reconociendo nardo a nardo al Sena,
celebrando mi estancia de cigarra.

Una mañana azul, una cualquiera,
bajo el Arco de Triunfo, entre turistas,
palpando el sol de aquella primavera
fue que vi trabajar a los artistas.

Eso fue en Notre Dame, con sus paletas,
dibujando a pincel, un mediodía,
abiertas como flores, su maletas:
pintó cada pintor su alegoría.

Fuimos, ahora no somos, pero fuimos
los que pusieron todo en la mesada,
los que por nada todo, todo dimos.
¡Y los franceses, que no saben nada!