lunes, 13 de octubre de 2008

Señales de Humo
Segundo Premio Literario Internacional de Poesía 2005 en R.E.I.A. (Reunión de Escritores Independientes de Avellaneda) con el auspicio de la Municipalidad de Avellaneda.

El humo se derrite expulsado al aire cotidiano

El humo se derrite
expulsado al aire cotidiano,
desaparece,
arranca con la fuerza de una vegetación abigarrada
y se derrumba entre las sombras de una lámpara azul.

Detrás del instrumento,
un hombre inmenso intenta distenderse,
capitula
y finalmente renace en un incierto laberinto de pipas;
elige,
compara,
alude a los remotos campos sembrados que en el mundo
abrigan aromas mezclados y diversos.

Ese hombre,
agazapado,
es el que comparece para rescatar la distancia de las marcas,
la calidad de los objetos
y el gusto delicado de una pitada intensa e infinita.

Ese hombre,
es el testigo,
un catador experto entre otros miedos.

Abordé la fumata de un barrio sin veredas
a Sguritza (El pueblo aquel)

Abordé la fumata de un barrio sin veredas,
o digo, en realidad, la calle era una sola
y en unas pocas cuadras se acababa la vida.

La calle daba a un cerro, el cerro a una pintura.

Un carro con caballos repartía la leche
y el diario nos llegaba según cayera el día.

Nos apelotonábamos para escuchar la radio,
las válvulas ardían.
La pipa era una inglesa regalo de mi padre,
el tabaco era dólar, los fósforos de cera,
y como atacador, El Loro, el de la sexta.

Aún conservo la foto debajo de la mesa
en que aparezco yo, pipando tras la verja.

Abordé la fumata adelantando tiempos,
era el fin de la historia el pueblo en que vivía;
la lluvia era una gracia y el sol la bienvenida,
y el frío era mas frío, y el calor otros cuentos.

Y los guachos del barrio nunca tomaban vino.

La pipa es una Peterson que conservo conmigo,
el tabaco ya es otro, mi atacador de cedro;
ya no pasa por casa el carro del lechero
y mi madre no llama cuando está la comida.

Mi pueblo es ese pueblo tan lejano y perdido
que ya no tiene caso que vaya a descubrirlo.

Elijo esa y no otra para la noche en casa

Sigo el deseo de ese cierto vicio
que imagino con cada regreso de la selva,
hago círculos mágicos con la mano en cascada;
voy como revolviendo la mezcla de tabacos.

Me sentaré en la tibia nostalgia de mi entorno
donde existe la pipa, pero también el vaso,
o la copa, o la taza según se diera el caso.

Para la soda el vaso, para la copa el vino,
un café bien cargado para la blanca taza.

Todo es posible en esta, silenciosa parada
que depara la noche y el entorno y la casa.

Amo ese hermoso límite, cuando cargo esa pipa
y no es otra sino esa, para hoy, para ahora;
porque la elige el alma...

Imagino a la pipa como un culto

Imagino a la pipa como un culto,
como un mar bucanero con bandera pirata
y un aroma de garfios y molinos
donde cada tabaco es una marca..

Y esa marca respeta un prototipo,
la marca, en ese caso, es casi un hito.

Pero vivo en ciudades y edificios
donde el sol estremece la avenida
salpicando el asfalto de orificios.

En esos escenarios policromos
se confunde el smog y el cigarrillo.

Pero no se confunde el remolino
del humo de una pipa en El Molino,
cuando El Molino aún era ese sitio
donde desayunaba los domingos.

Un habano y ese añejo licor me reconfortan

Dejo pasar el tiempo
como pasa la brisa a través de las rejas,
el hierro del portón es una muestra fría
de mi nueva elocuencia,

El jardín es un páramo,
todas las tempestades cruzan por sus canteros
y envejecen las plantas hacia un gris amarillo.

Queda en pie en este entierro solo aquél viejo fresno,
desgajado de hojas,
hoy veintiuno de junio,
comienzo del invierno.

Pero este fuego mío que ayuda y me repone
y un habano y el viejo licor me reconfortan,
ellos son como un humo que oculta las tristezas
y me elevan a un plano donde me adhiero al cielo.

Humos y crepúsculos
(Ciertos lejanos amaneceres en la histórica Confitería Del Molino)

Yo con mi compañera en El Molino,
con sabor a factura y café crudo,
el mozo de levita, yo desnudo
y un baño con sabor a verde pino.

Se perdía en el sur esa avenida
que a ratos era gris y a ratos río;
y el gusto a vino amargo, pero mío
y esa falda mas corta que la vida.

Ella fumaba Jockey, yo mi pipa,
ella hablaba de amor y de futuros,
yo hablaba de tabacos y de puros.
Una luz se esfumaba en la tulipa.

Los dos imaginábamos revueltas,
algún mayo francés, un cordobazo,
nos íbamos después, ambos del brazo
a dar por la ciudad vueltas y vueltas.

En la cima del sol estaba el fuego,
en el amanecer el desenlace,
hoy la historia nos hace su desguace:
nos dice sin apuros, luego, luego.

Ahora si, nos confunde el remolino,
el sutil malestar de los amigos,
la dura soledad de los testigos,
la fachada cerrada Del Molino.

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