domingo, 10 de junio de 2007

Habría que jubilar a todos los violinistas

Escucho música clásica;
nunca escucho música clásica,
me aburre,
pero hoy sí y me imagino joven.

En aquellos tiempos lo hacía
como para no quedar mal con mis amigos intelectuales;
necesitaba demasiado del otro,
de complacer,
de formar parte.

La escucho,
no es interesante,
los sonidos no son sonidos frescos,
el equipo no ayuda.

Sin embargo,
una nostálgica sensación me cubre el alma
de muerte:
¿es posible recordar con nostalgia los días en el gueto?

Aunque no sea Wagner.

Extraño, muy extraño.

Debajo de cada nota,
de cada solo de violín,
hay,
imagino,
una cámara de gas,
un crematorio.

Los conciertos siempre me recuerdan a Auschwitz,
a las fotos de montañas de cadáveres,
a cientos de filas de uniformados a rayas con la cabeza rapada y suecos de madera,
a las miradas de los esqueletos asomándose en camas apiñadas:
eso me imagino.

Extraño, muy extraño.

Tengo una pobre opinión del hombre,
tengo un discurso pesimista.

Escuchar música clásica me hace mal, muy mal;
habría que jubilar a todos los violinistas.

Barcelona, mayo de 2007

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